SU ÚNICO SUEÑO
Desde hacía tiempo tenía un único sueño, el mismo siempre con pequeñas variantes: camina a oscuras por un pasillo, tanteando la pared con la mano derecha hasta encontrar el pomo de una puerta, lo gira despacio y abre en silencio, entra en una habitación en penumbra y se aproxima al lecho donde sabe que alguien duerme, se arrodilla a la cabecera y se queda mirando fijamente los cabellos esparcidos sobre la almohada; en esos breves segundos crece en su interior una inquietud insoportable, su corazón palpita desbocado mientras la cabeza comienza a girarse y cuando va a mostrar su rostro se despierta asustado. A veces se demora más tiempo en el pasillo antes de entrar o la habitación es más pequeña, los muebles cambian de disposición, incluso puede que se despierte cuando aún la cabeza no ha comenzado a girarse, pero el sueño es siempre el mismo, siempre renovada la tensión creciente, su desenlace abrupto, si acaso tuvo otros sueños no los recuerda.
Hoy es domingo. Ha amanecido nublado, un apacible día de otoño. La luz entra doblemente matizada por la ventana, a través de los visillos, hasta la cama revuelta. A pesar de ser temprano aún, en el dormitorio no hay nadie. En el silencio reinante, hacia el otro lado de la casa parece oírse algo, un sonido entrecortado, como gemidos o sollozos. Viene del salón. Parece como si alguien llorara. En efecto, sentado en el sofá, aún en pijama, presa de estremecimientos se cubre con las manos el rostro. Llora complacientemente, de un modo liberador. Ahora comienza a apaciguarse, entre hipos la calma se abre paso. Al fin está callado y tranquilo. Baja las manos del rostro y mira hacia el frente. No ve el ángel pensativo de la reproducción de una obra clásica en la pared contraria. Ya no. Sólo ve que ha llegado la hora. Suena el timbre de la puerta de entrada.