FRENTE A LA PARED

 

Si no fuera porque sé que están ahí desistiría de intentarlo. Abriría la puerta y me largaría con viento fresco. Pero a pesar de su obstinado silencio continúo aporreando la pared porque sé que me oyen. De hecho he notado su presencia en muchas ocasiones, un ruido distante, amortiguado, de poca duración; tal vez sin relación alguna con mi llamada, quiero decir sin relación directa y franca, como por cortesía, o para que cesara momentáneamente mi alboroto, pero suficiente para alimentar mis esperanzas, que finalmente resultan la mayor tortura, quiero decir la decepción continua de unas menguadas esperanzas. Qué venenosas llegan a resultar, qué exasperante la mantenida espera. En tales condiciones el silencio se impregna de significados acuciantes, por lo común hostiles, incomprensibles, tanto más irritantes cuanto más incomprensibles. Uno se cuece en la espera en sus propias expectativas. Y cómo no tenerlas si la razón de permanecer aquí, frente a esta pared, es precisamente la de hacerse oír a través de ella, y recibir algún tipo de respuesta como señal de que la transmisión ha tenido efecto, se ha oído con nitidez, o quizás distorsionada por cualquier motivo achacable o no al propio mensaje, que entonces hay que depurar o solamente repetir, o resulta uno apercibido de que cese ya en su empeño, que es inútil continuar, que debe parar de aporrear definitivamente la pared o simplemente martillear sobre ella los dedos, que uno ha sido oído y basta, no necesita proseguir. Pero el silencio es la única respuesta, se va amontonando y creciendo como si se tratara de un juego infantil de construcción, sólo que no tiene fin, cada día es mayor su envergadura y no tiene fin. A veces, es cierto, hace tiempo, podía convivir en paz con ese silencio. No voy a decir que disfrutara de ello, pero lo ignoraba felizmente, ni siquiera me molestaba en hacer ruido en la pared, o muy esporádicamente, y sin crearme grandes expectativas al respecto. Encontraba natural vivir junto a la pared, me parecía una forma de vida adecuada a mis aspiraciones, un privilegio incluso. Pero con el tiempo ese privilegio se ha ido transformando en lo que ahora me parece, una maldición. ¿Por qué continúo aquí soportando la frustración constante de mis objetivos, cuando puedo abrir la puerta y abandonar esta estancia sin que nadie me lo impida? Es una buena pregunta, pero no tengo respuesta. En muchas ocasiones he fantaseado con la idea de largarme y vivir afuera, como casi todo el mundo, pero simplemente no lo he hecho, supongo que por cobardía. El mero hecho de poner por escrito mi situación apunta precisamente en dirección contraria, dispongo en torno a mí un texto que como una nueva pared me aísla todavía más del mundo exterior, un texto que también deberé hacer resonar en tus oídos, querido lector, suplicando tu atención y algún tipo de respuesta que nunca llegará. El silencio se reforzará con más silencio. Pero esperen, un momento, he oído algo; silencio, por favor.

Scroll al inicio