UN ERROR DE IMPREVISIBLES CONSECUENCIAS
Yo dormía plácidamente en mi caja dos metros bajo tierra. Entraba y salía a placer cada vez que quería por las noches para alimentarme. Un día, de buenas a primeras, despierto y me encuentro fijado al suelo por la espalda sin poder moverme: una estaca me atraviesa el estómago y se hunde en la tierra; sólo puedo mover inútilmente la cabeza, los brazos, las piernas. Me agito como un insecto en el cuadradito de poliespán del coleccionista sin lograr aflojar un ápice la estaca. Una estaca mal dirigida. Hace de ello una cuenta interminable de días, meses, años. Agito mis extremidades como una víctima más de la crueldad humana en el laboratorio del conocimiento. En mi caja, a dos metros bajo tierra.
Si tan fácil le resultaba —se dirán— salir y entrar a su caja dos metros bajo tierra, ¿cómo es que no puede liberarse de una simple estaca? Eso mismo me pregunté yo al principio entre vanos esfuerzos. El caso es que una vez cometido el error he perdido mis poderes. Lo que prescribían las viejas historias era acertarme el corazón para no retornar más, cosa que en efecto consiguieron, que no volviera a salir más, aunque no como ellos pensaban. Ahora soy, como digo, una historia fallida, una suerte de engendro indeseable apresado en una estaca en el limbo entre la realidad y la ficción.