BAJO UN CIELO GRIS ECLIPSADO
MIEDO A LA PUERTA DE CASA
Qué seriedad la del niño
pisando en el barro los reflejos
de la luz irreal de las farolas,
el barro brillante saturado
de lluvia que repica y corre
por humildes regueros cosmogónicos.
Qué perfección del portaviones
de plástico flotando en el alcorque inundado:
la plaza solitaria la señal
acuciante de la hora tardía,
la plaza metafísica el reloj
del tiempo deformable.
Qué seriedad la del hombre
mirando sus fotos de niño;
así tuvo que ser, desterrado
de aquel tiempo mítico.
La lluvia continúa cayendo
aquí como entonces;
los paraguas abiertos invidentes
se abordan sin pedir disculpas.
CUANDO LA ROSA SE VISTE DE SEDA
La rosa como un cáncer de belleza se abre
en las viejas palabras del poema.
¿Quién no ama la rosa?
Rosa es sin embargo a pesar de la amenaza
y su fragancia no tiene parangón.
¿Quién puede
prescindir de la rosa?
Admitamos por tanto que insana es la belleza,
puesto que degenera cuando es pura,
o que lo feo es siempre condición de lo bello,
según regla sencilla de armonía.
Ella es –a la rosa me refiero–
del ruiseñor el canto que embelesa el oído
un suave anochecer de primavera,
pero que atiende igual –al oído me refiero–
a las entrecortadas, vulgares estridencias
del piar del gorrión
una tarde soporífera.
En fin, si en el atormentado celaje
de tu conciencia pugnan por abrirse los pétalos
de la rosa sedosa, o declina la tarde
y su ausencia te estremece, no te olvides,
si a recibirla accedes en tu seno,
de alimentar su sangre envenenada con injurias,
fortalecer sus espinas con descrédito,
adormecer, de manera preventiva, su elegancia
en la banalidad de un buqué de ejemplares de plástico.
UN VACIADO DEL ÁNIMO en el que escurren los sueños sin fijación posible, los vívidos sueños. Por supuesto todo proyecto se amortigua como luz a través de un aire denso. Olas que uno no puede descubrir su origen y que sería tedioso el intentarlo, de una materia francamente familiar, van a romper en los moldes. La nada, el spleen, agotamientos de una savia antigua; ¿de dónde vienen las voces que no cesan? La mañana aparece de pronto como una traición; a beber vuelves cada día en fuentes que no se agotan, pero ya no las mismas, fuentes abrevaderos de la falta de ánimo, no cesan de manar. Decía que la mañana llega inoportuna, vidriosa, difícil de traspasar lejos del suave arrullo de los parques premonitorio de la luz que regresa, encerrada en una sucia y fragmentaria cáscara de convenciones. Hay un patrón que no sabemos seguir cómodamente, pero nos llama, nos atrae con fuerza desde que lo intuimos: el patrón de las hojas de un helecho, el dibujo en la piel de un animal, la cristalización de minerales, los órdenes arquitectónicos. No es la alabanza de la forma en vida, estaría más cerca de una forma vacía, una concha, un residuo, pero no es un residuo: es algo nuevo. La pobreza de imágenes se impone, pero no es el invierno en la conciencia, con su pathos romántico tardío. Trae la mañana una matanza de sueños y tú vas por las noches a seguir alimentándolos –c’est pas? Una línea delgada dibuja la sombra de la idea, se aprecia su diseño efectivo, se pondera su tanto de mercado, de éxito, se lanza con estudiada técnica a conquistar el mundo, el cielo de los astros efímeros. En un mundo banal, ¿aceptarías también tú la estudiada superficialidad de los protagonistas? Y sin embargo es previsible, nuevo pero también previsible: la cámara recorre con un travelling lento diferentes pero las mismas estancias; lo que hay en su interior son los mismos objetos que en ocasiones cambian de sitio: tejidos gastados, metales herrumbrosos, espejos que han perdido el azogue; y la luz es indefinidamente tenue, como afuera una tarde azul que expira en el cielo nublado. Sales del sueño a otro elemento inhóspito, del agua de los sueños a la tierra firme de la vigilia, tierra reseca donde sólo crecen los yerbajos de ayer que has de regar sin agua, se alimentan de ti, tú los mantienes mientras miras sin verte en el espejo de aumento la piel de tu jeta al afeitarte. La espiral cicládica –¿a qué vivir después de aquella luz que hizo bello el espíritu?–, la greca minoica, la abstracción geométrica en la panza y el cuello de los vasos: la definitiva greca helénica, recuerdo de aquel mar de caminos sin cuenta apresado en su eterno zigzag. Ahí ya nada puedes, alcanzas a tocarlo como débiles olas se allegan a la orilla en una ensenada, mas permanece ajeno, no sale de dentro, es el caso que es público y notorio te diría que es el presente mismo, insoportablemente ajeno, porque tanto y tanto has sacado de dentro que vaciado de ti sin entusiasmo lo contemplas y te dejas llevar por sus líneas sin peso, y a ti mismo vacío de ti mismo te dices que entiendes su monotonía, más aún que descubres en ella tu identidad, ¡ja!, y todo su desdén hacia el pasado, su hepatante falta de dramatismo, su frívolo acontecer sin apartarse de un guión insustancial, lo que a primera vista podría parecerte cruel, lo ensalzas de algún modo que ahora debes averiguar por qué.
Una gota de lluvia expande la conciencia, la esponja, la abre como una rosa pero no a una vida suprema: la abigarrada vida de colores y formas, sensaciones embriagadoras, la rosa olorosa, es vida de barrios bajos, a granel, más de lo que cualquiera pudiera soportar; y debería bastar por ello. Sea que lleva el sello de lo perecedero sin embargo, sea que la monotonía de sus ciclos nos estraga, aspiramos a una forma más pura. Pero hete aquí que por un desplazamiento insospechado de alguna de las partes se ha producido digamos un desacoplamiento, y la forma carece de sustancia, o su sustancia es sumamente trivial, tanto que cuando tratas de expresarla vuelves a la impostura de tus razonamientos, de un motivo, de un centro.
Una idea anfibia moviéndose a lo largo de un entablamento, en cuyo friso contienden centauros y neones. La idea como un pez bucea en las metopas esculpidas y como un sol ilumina el equilibrio de las formas. Formas nuevas de yeso y escayola; el equilibrio de masas horizontales y verticales de mármol queda transfigurado en la iluminación fluorescente del club nocturno con frontón y columnas en fachada; que sean formas ésas corruptas o resultado de una evolución impredecible que nos compromete hasta la médula, de manera dramática o meramente un juego que aprendemos, es una cuestión que uno no sabe si es posible y cómo progresar sobre ella. Es decir, que si puedo constatar con sorpresa que ligera una forma contiene una promesa de futuro, una forma nueva en el filo de la casualidad, me abstendré de querer conocer su identidad, permitiré sin estorbos que raye y dibuje mi conciencia libremente, como un patinador sobre el hielo que en cada figura asume su porción de riesgo, no tocaré ni un hilo de la trama invisible que a mí y a ella nos liga, mucho menos aún, peligroso lector, de la falsa ilusión que nos liga a los tres. Je me détache; tu ne me prends que comme une goutte de vide sur l’objet que je nomme: les voilà, malvas y jaramago, comme une maladie à la peau, partout.
III
Si no hay un contexto no hay voces, otras voces. O sí, sólo que embarulladas, con gran desacuerdo. Eso dificulta la comprensión, pero la comprensión es siempre ilusa. Lo que importa es saber escuchar. El batir del mar en las rocas o en los bloques de hormigón de la escollera, seguir la tortuosa senda a tramos empinada de una conversación, con alguna glorieta para recuperar el aliento y ocasionales muestras, llamativas o vulgares, de la flora local en los márgenes, sentarse a escuchar. Cada comienzo es un acto del mundo, o del ser, o del tiempo; es un re-comienzo, después de un final. Sí, eso está muy bien, pero en las intrincadas reverberaciones del yo se insinúan, insisten en ello, voces discordantes, cuyas aspiraciones a hacerse escuchar no necesitan legitimación, tal es la fuerza persuasiva de sus propuestas, más, diría más, la novedad encendida que alimentan, que, siendo como son revolucionarias, se imponen sin esfuerzo, como aquella cabeza magnífica que emergía en el agua de las profundidades como un faro, o como en el escaparate una prenda nueva se apodera sin remedio de nuestra atención, de manera que excluye al instante cualquier otro compromiso en su entorno. Imágenes. Reflejos de imágenes. El viento sopla y las pliega, las difumina, las borra. Si no hay contexto no hay universales. La cosa se aparece deforme, monstruosa, su presencia se vuelve amenazadora, mirad la cosa, ya no cabe en sí misma, invade nuestro espacio: nos mira.
Con la mirada hacia dentro propia de los objetos cuando se descabalan. Que decirlos así sólo se halla al alcance de los enajenados:
Inapelable la frase del loco;
huesos rebañados.
Sino perseverar a sabiendas de que no hay alternativa, mas una especie de imagen persistente en la conciencia (que es como una retina inaprensible) formándose de continuo, de continuo apagándose, no tan inciertamente que no se adivine el curso de un devenir donde a contracorriente (si no hay contexto tampoco hay convención) suben para desleírse sin dejar un poso, una traza, las largas, ondulantes frases casuales de la poesía.