UN DÍA MÁS, OTRO DÍA

 

Las viejas tejas musgosas retienen la sombra que destila

lentamente el crepúsculo;

se van llenando de sombra

como de agua de lluvia en las cunetas botes y latas oxidadas.

Por la ladera verde ascienden, en lenta, interminable cabalgata, las nubes.

Hay un interés ancestral por todo esto.

Desde la claridad aún mortecina de sus casas, recién iluminadas,

los vecinos se asoman a apreciar, a inspeccionar incluso

el final de la tarde.

Hay una inflexión cuando se enciende el alumbrado municipal;

se experimenta entonces igual desasosiego que el amante

cuando llega la separación; y hay que hacerse a la noche que comienza,

propicia como una madre a nuestros votos más íntimos.

El día finaliza.

Las luces como armas blancas de los automóviles

hieren la oscuridad, abren largas heridas que no sangran,

y pasan dejando el eco rutinario del ruido de un motor.

PARA SEGUIR DICIENDO, para

mejor descreer las apariencias

que ya nadie cree porque ya nadie ve,

para poder bombearle a las palabras

una tensión de aliento, mira,

suspende la mirada, sin preguntas:

la luna resbaladiza de noviembre me ensancha el corazón.

Ensancha tu corazón en la invencible nada de la tarde,

de la mañana abierta como un clavel sin compromiso,

de la noche, gran noche de los astros

y de los astronautas perdidos en la cuarta dimensión.

Para seguir diciendo el silencio, el rumor del silencio, oigo mi silencio.

 

La sonorosa brisa del Atlántico, saltiparlante,

entró en la reunión, donde se debatían 

fuertes y secos vientos mesetarios.

Y fue bien recibida; traía prendidas, 

en suaves, acompasados remolinos,

hojas como rubíes de ocozol,

y desprendía un aroma doméstico

de sazonada convención social.

-Figúrate, dijo el ceñudo cierzo de Castilla,

que estás en tu New York irrefragable.

Y el surtidor de la gasolinera como andrógino

les persuadía con voz femenina:

Una vez haya repostado

cuelgue por favor la manguera

y sin mover su vehículo pase por caja.

Luna conspicua, jara agreste

cuyo perfume transfixiante reconcilia

en sólo un paseante

toda la caprichosa evolución filogenética

hasta la sopa elemental, el procariote

último, el imbécil definitivo.

 

¿Qué quiere el pájaro en el olmo

de mañana temprano,

el solitario pájaro en la rama alta, casi desnuda,

el gorrión familiar?

Como visión del pasado

naturalmente actual,

como acolchado el presente

en una irrealidad que se adentra en otra irrealidad

que a nosotros mismos conduce,

el gorrión canta lo que sabe,

y en la mañana intacta y fría vierte la noche eterna de su canto

deslucido, conocedor y heraldo de un vulgar inframundo,

el nuestro cotidiano.

 

Para mejor mirar, un niño, un chico mira

los charcos de la lluvia,

y en ellos ve un soldado, los soldados

en los televisores del mundo, la piedra se levanta.

(La piña del magnolio caída

por la que no preguntan, mira

el charco-televisor: los soldados, la piña del magnolio.)

La piedra se levanta, la que asusta

a los perros, la que coge

como un corazón duro la mano y la lanza

al corazón del miedo.

Y el corazón blanco en órbita encendido

como una lámpara ilumina

el bienestar del hogar publicitado.

 

Mientras perturbadora sea la imagen para el hombre en el cartel publicitario

de la mujer que anuncia lencería,

seguirá viva la idea del desorden, la falta

de planificación en todo lo que no sea accesorio,

el tributo al deseo y sus variantes, el peligro,

el caos, la violencia de algún modo.

Irreprimible la voz dixit; y continuaba:

Tanto es así que la mirada no progresa,

se ciega, y sin embargo hay alguien que

debe prestar atención.

Mas la fotografía comercial

es solo cálculo, pericia, no hay ahí

una mirada verdadera

como la equidistante de Doisneau

entre la luz del deseo -hello, darling,

come in- y nuestro apolíneo descreimiento.

 

Viento y lluvia en la cara la tarde oscura de domingo;

el ánimo liberan de inquietud.

En estos parques sin alma a las afueras de la gran ciudad

el viento corre sin trabas, no inclina

las poderosas frondas de los árboles,

no agita con estruendo las hojas de los árboles,

pasa

como por avenidas desiertas, páramos desiertos, muy suelto pasa.

Y dice lo siguiente:

De nada te preocupes puesto que todo es viento,

sólo el viento en la cara te dará la medida de las cosas,

y en tanto que lo sientas tendrás esa certeza,

incómoda tal vez para una propedéutica.

 

Tampoco el amanecer eléctrico en la autovía de circunvalación

dice menos. Sus miríadas de luces y sus manchas de luz

despejando las sombras lentamente concretadas

en objetos y plantas

son signos mudos bajo el cielo nublado

abiertos a la historia siempre recomenzada:

para poder decir la historia, el mito fuerte 

de las voces que se lleva el viento, lo que queda

alto y delgado como fustes, balizas

para naves desconocidas, como inmóviles

garzas en el río, una vez más, óyeme.

 

Quién dice, significa el poema.

No es un mero letrero el poema,

un collage  apagado de voces anónimas –

viento sin rumbo entre los pinos,

chapoteo sordo de agua.

Un bisbiseo, un murmullo, una cháchara,

un parloteo familiar se levanta

cuando comienza el poema;

es extraño, muy extraño, 

pero me atrae; de dónde viene

esa intención que en mi interior se hace eco.

Me hace mirar, sí, pero 

como cuando el televisor hace un ruido

molesto, oigo el zumbido de las voces,

siento el ruido.

 

ESOS CASI RAQUÍTICOS MAGNOLIOS, algo

incluso enfermizos en sus cajas de cemento, esos

magnolios pequeños para siempre han dado

grandes flores blancas como palomas

con las alas abiertas o cerradas, quién

lo diría. Cuando se abren esas

grandes palomas blancas como flores

hasta la extenuación abren las alas como pétalos

recios, mas sedosos, y en el centro

se descubre la espiga dorada de su sexo.

De canela

tíñelas la muerte, olorosas palomas.

Esto ocurre aquí, sabedlo, forman parte

de un estanque pequeño que retiene

las sobras de la fiesta hebdomadaria del consumo,

envoltorios y bolsas al viento arrebatados, unos focos

que irritarían al mismísimo Duchamp tan descarnados

sin disimulo usurpan a flor de agua al agua el espacio 

de su movimiento

que animan gruesos chorros

que van bien con el tráfico

de avenidas cruzadas.

DISEÑO ORIENTAL

 

Espiculadas panículas del aligustre en flor

como un astro solar en los paseos

que junio enardece y baña julio

de tórrida pereza sin gorriones.

En la erizada crema de la envoltura regia

monótonamente repetida

la viva caligrafía de un país de oriente

vierte sabia poesía o la advertencia

de su poder militar.

Ensoñación un día

para siempre pintada

en imperecedera arcilla,

santo y seña

de paraísos fértiles,

oh guerra antigua.

EL BOSQUE DE KEATS

(The ruminative pattern)

 

El que los piornales en flor musiten graves asuntos a los altos cúmulos es algo que no acaba de dejarnos tranquilos. Como si su reserva al acordar pautas comunes de expresión en esos acendrados parajes solitarios, donde el aire es ligero y más incisivo el brillo de la luz, fuera el incomprensible alimento nuestro de cada día que no sacia. O al menos en cuanto a mí se refiere. O si no esa bien tramada reserva en torno a sus asuntos mejor el resultado insuperable de la misma: la oración que sube, la lluvia que baja, la palabra de dios inaprensible si hubiera un dios hecho verbo en efecto o no del todo hecho verbo, de manera que ahí radicaría en el fondo la cuestión, en la imperfecta transmutación retórica del ser supremo en un lenguaje, por lo tanto, anhelante. 

Y este lenguaje anhelante se enrosca en sí mismo, se distiende, como brotes pujantes cada primavera, en torno de la nada, eso seguro.

Hay un trueno rodante para oídos vastos como senos entre montañas, un oído despierto para truenos que tabletean, una delicada representación mental de truenos que estallan como burbujas en una honda caverna, un advenimiento interminable de truenos, un único trueno interminable para el oído santo, atento, ojo ciego que vela, ojo de las cavernas.

Sufrimos, sentimos la impostura en bipedestación que somos, nos viene a la boca sin esfuerzo la palabra, nos nace de dentro aun como trofeo, con la sensación de acierto: impostura, cuando tanto nos cuesta, si acaso lo logramos, encontrar a menudo el término preciso que conduzca nuestro razonamiento hacia nuevos postulados, perspectivas distintas, efectos de luz diferentes, en esa rumia incesante que tal vez, óyeme, tal vez, precisamente porque no concluye, toujours recommencée, sea una forma, un modo de evitar, sortear esa impostura. Volveremos sobre ello, otro día, en otra vida. Por el momento basta, si hay algo que añadir lo tomaremos en consideración, y no hay inconveniente alguno en revisar lo dicho, pero no, no es necesario volver sobre ello, no es éste un procedimiento dialéctico, es un cabal monólogo, ¿me oyes? ¿no te habías dado cuenta aún? O si no es un monólogo entonces es como un deslizarse por una pendiente accidentada en donde lo esencial es mantener el equilibrio, virar a tiempo, elegir siempre un nuevo rumbo sin volver atrás la mirada, sin poder regresar un momento a apreciar esa vista magnífica surgida un instante, esas flores que ahora sentimos fuerte deseo de ver más de cerca. O si no es como deslizarse por una pendiente es dejarse llevar por una corriente marina sin luchar inútilmente contra ella. Contar en fin con la fuerza y el capricho, la aparición, el impulso imprevisible del elemento natural externo. Como un baile. La música que suena es el viento. No, no es el viento. En realidad es un silencio tenso, no una espera, el silencio de un deshielo.

(En caso contrario, si pudiéramos revisar lo acontecido, recuperar la ocasión, el objeto perdido, volveríamos a errar. La vista no era lo que fugazmente prometió y las flores resultaron vulgares. Tuvimos un momento. ¿Tuvimos un momento? ¿Tuvimos realmente una vida-LA VIDA? Es obvio que no. Insinuaciones lo más, que delatan precisamente la mediocridad del resto, un extenso vertedero, donde más nos sentimos familiares). (Que se evidencie nuestro carácter irritable, nuestra hipersensibilidad en asuntos de otro modo intrascendentes, nuestra neurastenia en definitiva, es algo que no podríamos evitar aunque nos propusiéramos hacerlo, si acaso hubiera motivos para hacerlo).

¿Qué cosa da en el vertedero dimensión futura a la cercana perspectiva? ¿Esas insinuaciones de una edad pasada que proyectan su sombra como vestigios del antiguo esplendor en ciertas caras de nuestra constreñida conciencia del presente, todavía sensible a su medio natural pero inclinada a la melancolía? ¿Ésa es la idea romántica venero de tu particular tormento? ¿Cómo puede ella bruñir con un nuevo esplendor nuestro mundo común, familiarmente inane? La rápida lima de la ironía no basta, recompone, sí, la dignidad perdida, mas no basta. La renuncia no puede por sí misma, mas ¿señala el camino? Hay un nuevo ardor inexplicable. No me pregunten cómo pero sé, un tono en la acción ejercitado, en el ejercicio inigualable de la voluntad mantenido, en él concurren las cosas con su propia inerte voluntad, su fortaleza presente, que es la dimensión más pura de futuro, en torno no a una ausencia sino a un puro vacío lo más cercano a la idea de un comienzo, allí germina una planta ocurre un mito, se cuenta la historia de un número uno anunciada en un cartel publicitario, en un baldío, basura entre las gramíneas, el sol en su barca es el número uno, en su cofre ardiente en el ardiente equinoccio, el anhelo de un héroe, el anhelante curso de los días, más allá los años, más allá los siglos gravitando sobre este pálido polvo que recorren las hormigas y envilece un rosario interminable de excrementos de perro secos.

Él era el menos solipsista. Be thou me –el otro. Imposible. No callan. Vuelven con el fragor de la tormenta, el rumor in crescendo de la lluvia, el gorgoteo del agua. La sombra de una montaña hipotética se alza en mitad del desierto, y un manantial escondido corre en ella, donde bebe un ruiseñor. Allí llegan los turistas con ropas claras, sombreros y gorras para el sol, se retratan, se alivian, se restriegan, usan de cortesía las formas al uso, hacen cola, consumen y suben al autocar blanco resplandeciente que arranca y acelera, se aleja y todo vuelve a sosegarse, el polvo, el murmullo del agua, la paciencia ancestral de los pequeños vendedores de artesanía indígena que retornan a su sueño chamánico. Be thou me, be thou me –la conciencia dimisionaria al viento, y la conciencia doliente también se ramifica al viento. El eco del sonido de la televisión en el patio de mañana asciende como promesa trivial de un nuevo día. Las adelfas frescas junto a la calzada son más grande promesa de verano.

Allá adelante hay algo. Allá adelante en la carretera hay algo. Allá adelante en la larga avenida gris de la carretera hay algo negro. De pronto en medio de la monotonía gris de la carretera hay algo. Allá delante hay algo muerto.

Estos días largos, estas noches cortas, cuando lento se abre como un gran abanico el crepúsculo del aire que gana no color, ligereza y se enturbia en las sombras apenas a la vez que se aclara en la esperada brisa, estás sentado en la terraza de un bar, junto a otros grupos familiares sumergidos también en el ocio dilatado del fin de semana que comienza, y los faros ya encendidos de los coches pasan indolentes, respetuosos con la situación arcádica, te gusta entonces mirar, sentarte de cara a poniente en el amplio bulevar, ver pasar a las hembras, los niños, parejas, familias, la gente del barrio, un papel que desplaza la brisa, hay la clara inminencia que aquí, en este barrio de espacios abiertos, parece magnificarse, la inminencia de un mundo en vacaciones, y eso es mucho, no sólo el anhelado descanso del trabajo cotidiano, de la concentración cada semana por hacer cuanto sea posible lo mejor el papel de cada cual y cosechar aplausos y dinero, siquiera mantenerse a flote, de la dedicación mes a mes, año a año -¿me atreveré a decir?- a rellenar la que siempre será página en blanco de nuestra vida recapitulada, no, hay algo más que esa felicidad corporal que por sí sola desborda cualquier dique pero no explica aún la significación trascendental del momento, la libertad que ahora se anuncia impregna todo, hasta un revés de la fortuna parece inoportuno en vacaciones, cuánto hay de rebelión, por más que domesticada, y no sólo descanso en nuestro comportamiento en esta época del año, cuánto de rechazo, de cuenta que saldar, de apertura a otra cosa, de anhelo de otra cosa, be thou me: mira al mar de frente, abre tu mirada frente al mar como un verdadero trabajador, como si ya lo hicieras desde la terraza del bar, ¿es eso entonces, libertad, sencillamente, lo que anhela el trabajador en vacaciones, como un esclavo de nuestros tiempos? Pero el sol, el sur, la luz, con el ocio confundidos, ¿son sólo eso, señas de libertad? Y la gran noche que gira en un cosmos dilatado y cálido, que se aproxima ahora, ya va siendo hora de pagar y marcharse, ¿una promesa sólo de otra forma de vida mejor? Sí, no, no otra vida mejor que la que llevas, más, algo más, cierra los ojos: sobre el arco elongado de una gran duna en la playa has creído ver al sol brillar, o reflejar de noche la pálida luz de la luna de agosto, más allá de las vivas estridencias de los paseos marítimos, que el sosegado paso de los años te ha llevado a soportar, el añorado y siempre nuevo estandarte de la felicidad. Y cuando más cerrado el verano, los días iguales de calor suspendidos en torno de una ausencia de ideas inundada de luz sin ninguna dirección, sin movimiento, un estuario, y allí han desembocado y flotan ya sin rumbo todas las inminencias, o así ha debido ser porque ahora sólo una sola presencia, una ausencia interpuesta en el curso del día y de la noche, estancada, madura nuestros sueños, salvajes, insidiosos sueños que continúan los sucesos diurnos, igual que continúa a la tarde rezagada inapetente la noche y en las últimas luces un gran cartel publicitario surge con su propia luz irreal iluminado, entonces, en la hora profunda, irreductible, respiras a tus anchas, estás como el pez en las profundidades abisales de tu onírica conciencia y ya no sabes, quiero decir no sabes que puedas de algún modo decir como has venido haciendo hasta ahora, y por qué seguir entonces, sigue su curso la vida, los pequeños detalles fastidiosos o sin importancia salen a flote, como signos de un naufragio, el cepillo de dientes que debes renovar o ese certificado de estudios que hay que solicitar para pedir una subvención y recoger sólo en horario de mañana, finalmente una estela de aguas removidas es todo lo que queda, desde la borda de popa la contemplas deshacerse como la trama de los días que hasta aquí te trajeron, y puesto que no es la primera vez que ocurre y es probable por tanto que vuelva a ocurrir no hay motivo para adoptar un tono de despedida que no sea provisional, introducir un periodo concluyente que no recoja en torno de sí el aluvión que se ha venido formando de indeterminación todo este tiempo de aproximación y desgaste, de evasión. Hay en verano un mundo inagotable de sensaciones. La mente se dilata como los cuerpos físicos, es corporal el verano, un cuerpo tendido en el tiempo y el espacio, compacto, fiable en su comportamiento. Supongo que el resto de estaciones responden igual a un patrón determinado predecible, que se repite cada ciclo. Yo recuerdo mi vida inclinada al verano inagotable. 

En la ventana asomado antes de irte a dormir depones tu conciencia vigilante y te dejas ganar para la vida sin perfiles, antecámara de los sueños. Allá a lo lejos en el horizonte buscas lo que quieres, la representación final de la fiesta. Mirar, sólo mirar, lo que otros muchos también miran, en el silencio lejano, abrirse, pintar fugazmente la pupila, brillar, pintar el cielo de la noche, iluminar fugazmente y deshacerse, otra vez, otra vez, una vez más, con variaciones de plata, centellas suspendidas, apagarse, caer: palmeras, crisantemos, arañas, candelas: “love the moment – it never returns”.

Ahora vas a dormir. Mañana al despertarte acudirán a ti los vívidos recuerdos de sueños impactantes. Una escena entre otras increíbles revivirás con detalle varias veces, asombrado, siempre asombrado. Es que no puedes prever el desenlace de tus sueños, ni siquiera sucesos dicotómicos, cuando parece que serás testigo de un hecho violento, que te llenará de angustia, ocurre lo contrario y nada ocurre. ¿De dónde vienen los sueños? ¿Qué conciencia engañosa nos hace creer que vivimos realmente los sueños? ¿No tienen sentido? ¿Quién puede renunciar al sentido de los sueños, desecharlos en tanto que caprichos del viento sobre el agua o la arena? Si yo hubiera soñado los piornos amarillos hablándole a las nubes, ¿sería diferente? The moment never returns. Mi pensamiento sí que vuelve, repetidas veces, como la noria, y los piornos son ya mi pensamiento, lo eran tal vez desde el principio, mi pensamiento que le hablaba, sin yo mismo saberlo, como en sueños, a los cúmulos, que eran también mi pensamiento oyéndose a sí mismo, y lo mismo que los veo, y olorosos los siento después de la tormenta, los pienso, con claridad, y sé qué están diciendo, y no lo sé, pero estoy más tranquilo. Volveremos sobre ello.

Ser un número uno, el número uno en algo, no sólo en términos publicitarios, mas a vida o muerte, pindáricamente, en la carrera, el pancracio, como en política o en tantas y tantas actividades y oficios en la vida. Número uno: el mejor. Lo certifica el trofeo, el trípode, la medalla, el diploma, el cargo, el sueldo incluso, y confiere poder, seguridad, no perspectiva, la vista desde la cumbre es grandiosa, inigualable, mas tremendamente selectiva, digamos que la pupila se contrae por un exceso de luz, o que el entendimiento se enajena de algún modo y paradójicamente por exceso de amor propio. No es igual el verano para un número uno. Buscaba algo, una imagen, una idea contrapuesta a la de triunfo, que mostrara su verdadera profundidad, su idoneidad en esta empresa tal y como yo presentía, y ya la tengo, ahí estaba, es más, ella ha sido sin duda el motivo de la idea dispar, atractiva del éxito. No es igual el verano para los triunfadores. Como brea es el triunfo pegada a la piel. Disolverse en la idea sensual del verano es más propio de quien atesora cualidades que podríamos englobar entre las del conocimiento, de quien mira el mundo desde la perspectiva del conocimiento, o de la ignorancia, como forma bastarda del conocimiento, polos ambos de una sabiduría que no entra en competición con las cosas ni con otras formas de sabiduría. Ha de dejarse llevar, renunciar al efecto previsto, el éxito previsto: nadie quiere unas vacaciones previsibles. ¿Entonces?

Unas flores de plástico fijadas a una señal de tráfico, un abundante ramo de flores de plástico renegridas de hollín, junto a ellas pasan y pasan los coches, pasan también los días desde aquél que quedó señalado el lugar, quién lo señaló, quién puede borrar la señal, sólo el tiempo, el tiempo, no la guardia municipal, el tiempo.

He visto en Burgos chopos amarillos, los cinco chapiteles de Lerma, el alto silo navegante de Pancorbo. He visto anchos arabescos de cebada y trigo, y demorarse interminablemente la tarde de julio: los sotos se dormían en las sombras, allí acababa un reino y comenzaba otro, en el que se erizaban como nuevas flores de colores nocturnos los neones de lo clubes de carretera. Y estuve atento, y recogí esta idea: que como una pompa un último y nuevo hálito llegaría a mis labios cuando mi cuerpo todo hubiera disecado como un arenque en salmuera, y al estallar la pompa qué cosa dijera me pregunté animado. Mas luego soltó amarras mi pensamiento horizontal y yo ya no recuerdo, sino que me dormí o desperté, y eso era todo.

 
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