LECCIÓN DE  REALIDAD


A mí mismo, en mí mismo –

como la pulpa líquida de un ente tropical,

su alegría de ser

bajo la luz que abraza como un mar sus bañistas,

así halaga mi tierno corazón

su lengua tropical.



Su lengua que desnuda

como negro huracán sobre la isla

inopinadamente las palmeras

del júbilo.



















ESTAMPA DEL SUR


Una palmera vieja -puñales

sobre círculos- conquista la escena.

El croo croo de las ranas se dispara

y calla luego, se dispara

contra la redondez del cielo despoblado

y calla luego. Silencio.

El sol brilla en la dura coraza

de los paquidermos

bruñida en el acero fluvial.

Hay que evitar el dulce perfume,

el corazón caliente, el fuerte exceso

de la fruta pulposa al sol dormida

y abstraer de la orquídea

su impostura, el limpio garabato.

No meditar el aire, la flor

que excita los sentidos: el aire

cargado de perfume y frío por el azul,

percibir de la escena

su sano amojamarse

en el entendimiento de su nueva conquista,

como si el Edén de la inteligencia,

bebiendo en el Edén de los sentidos

extrañara la luz del palmeral,

todo el esfuerzo guiado por anillos

hasta la recia retícula del techo

que oculta en los penachos hilvanado

el ajetreo liviano de los pájaros.

Como si tras la celosía

esperáramos, junto al hombre del Sur,

caer también la tarde.


 








 

 

 

 

 

 

 

 

 

 DIAMANTE BLANCO

 

 

Alba de los trabajadores, madrugada

física, hora punta de fríos neumáticos,

blancas carrocerías -abstracciones

y decoloraciones-, manchas de carbonilla

sobre el humedecido pavimento.

 

Confrontaciones de una mente

al arrancar el día.

Un vértigo lechoso diluye los orígenes:

la lámpara encendida de la alcoba,

las turbulencias de la meteorología.

Confrontaciones entre residuales impulsos,

que se deslizan por un plano en pendiente,

y el cascarón vacío de las formas,

transparente.

Manchas de colores nuevos:

gris por el árbol desnudo que prolonga

el suelo entumecido, gris

por la oscura claridad remotamente mezclada,

gris por el azul aterido, azul por la inquietud

reprimida de las sombras,

por los desmayos púrpura del cielo.

 

Sin dimensión en el tiempo,

sin inquietud profunda,

por reducción de un margen infinito,

transparente, el día

laborable comienza.

 

Los faros encendidos de los coches

salpican la grisura, cual diamantes,

de un vasto lienzo de neblina sucia.

 

La luz se abre camino entre terrones,

vellones violáceos apretados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 












AHORA QUE EL MATERIAL SE VA AGOSTANDO,

como tras la catástrofe los daños

magnifican aún lo inconcebible,

pero en la obligación de hacerle frente

permiten evaluarlo, aun por exceso,

demasía de algo, aun novelado,

zumban las escombreras, la maleza amarilla,

el verde ralo, el cardizal quemado.

Ahora que el aire lleva impregnado

la dulce apoteosis de los yezgos

y en las cunetas vacías solo hay lanzas,

malva-locas de fuego, un rumor crece

de hojas que se despliegan en desorden,

brillantes, fabulosas, alumbrando

una desconocida confusión de especies.

Y solo ahora es posible darse cuenta

de la violencia que esconden las oscuras

violetas, la propuesta de gozo de las prímulas,

la elaborada sofisticación de la aguileña,

quimera azul que una garra disimula.

Primavera se enrosca, se retuerce,

multiplica zarcillos, se distancia-

nuestro somero entendimiento,

nuestra pasiva y delicada sentimentalidad,

nuestras alergias, numerosos cuidados

preventivos, duermen en su ruidoso limbo.

Desde la contención de este ruidoso limbo

la percepción se asoma ofuscada y la memoria

golpea su patético badajo sin sentido.

No podemos seguir la melodía; siempre desconocida

retorna con violencia, y nuestros cultos comentarios,

sin el desdén que amasa el tosco campesino,

denuncian inquietud, si no por qué no adentrarse

en lo que aquél parece ignorar: el crecimiento crudo

de yerbas ilusorias, malas, de cultivo imposible,

la abigarrada exhumación de formas y venenos,

el imperioso tránsito a la luz de lo innombrable.

Tampoco es el de los muertos un tiempo uniforme.

Tiene sus estaciones, sus irreales vértigos,

primaveras que huyen, oscuras golondrinas,

así como las nuestras a la memoria esquivas.

El tiempo nos hace iguales. De espaldas a un espejo

cierto día partimos, y al cabo llegaremos

otro día a encontrarnos reflejados, los vivos

en los muertos, caído ya el engaño, una sola

y la misma perspectiva, afán y memoria.

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