como arrugado pétalo de la morosidad de su capullo
y abro la ventana:
mis ojos y oídos pertenecen al mundo
en ellos se despliegan todas las formas del ser
La lucidez es a expensas de la felicidad, pues el que es feliz proyecta sobre las cosas la sombra de su felicidad, impide que éstas muestren su cara desfavorable para sus intereses. La felicidad es un estado de las cosas deseable, no el estado siempre indeterminado de ellas. Por eso las pérdidas nos hacen ver lo que perdemos, que hasta entonces no veíamos. La verdadera alegría, la que nunca sufre mengua, al contrario, crece cuanto más se la riega, hasta que supera nuestra mera estatura humana, no prospera en la felicidad.
Hay una alegría que nace de la lucidez y es agreste, áspera, fuerte, sobrehumana en definitiva. Sólo es accesible para los solitarios.
No una soledad teñida anímicamente, sino la soledad buscada del solitario, que enfrenta lo sublime de la naturaleza.